Archivo de 26 de diciembre de 2009

26
Dic
09

Los tratados europeos sirven los intereses de quienes los escriben. La version Europea de la estafa del Federal Reserve Act de los EEUU.

el Parlamento solamente participa en la elaboración de las leyes bajo la tutela (¿o la vigilancia?) del Consejo de Ministros, que se ha elevado a sí mismo a la categoría de colegislador ignorando así la más elemental e indispensable separación de poderes, ¡en todos los aspectos, además! En efecto, hay aspectos que están sometidos a lo que se ha dado en llamar «procedimientos legislativos especiales», se trata de unos veinte y no aparecen en lista alguna, y sobre los cuales el Consejo de Ministros decide sólo, sin el Parlamento. ¿Usted sabía eso?

Resulta impresionante ver el número de instituciones europeas no electas que disponen de un poder importante y mal controlado. El Banco Central Europeo tampoco le rinde cuentas a nadie. Resulta extravagante la manera como se describe eso. Se ve claramente, se ve por todos lados, que son los ministros los que escribieron esas reglas, haciéndolas a la medida para sí mismos.

Cuando se analiza bien, nos damos cuenta incluso de que esas instituciones han sido concebidas más en interés de los bancos y las multinacionales que en interés general. Uno no puede menos que preguntarse por qué.

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Jean Monet al que los «adoradores de Europa» consideran casi como un santo, era un banquero francés que vivía en Estados Unidos y que se impregnó de los valores de ese país. En realidad, él concibió y construyó la Unión Europea para debilitar a Europa, para impedir que las soberanías populares se reconstruyesen después de la guerra. ¡El mismo lo escribe! ¡Es vergonzoso!

Cuando se analizan en detalle los tratados europeos, vemos que se parecen a esa visión de Monet: son instituciones que permiten que las multinacionales escriban las leyes y que prohíben a los parlamentos y a los pueblos oponerse a ellas. Es un régimen intolerable, pero Monet y sus seguidores nos lo impusieron mediante una serie de tratados, desde hace 50 años y sin que el pueblo haya tenido nunca realmente la oportunidad de pronunciarse.

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Si analizamos en su conjunto los 50 años de la construcción europea, los pueblos no han tenido finalmente derecho al menor debate sobre lo esencial.

La única vez que nos preguntaron nuestra opinión, en 2005, la primera vez que nos quitaron la mordaza, gritamos «¡No!» Enseguida, nos pusieron otra vez la mordaza y empezó de nuevo la violación. Nos dijeron: «Ustedes no quieren, pero se hará de todas formas, por vía parlamentaria…»

En 2007 se confirmó, por tanto, lo que ya se había visto en 2005: el método y el contenido del Tratado de Lisboa confirman que tenemos al mando a una pandilla de violadores y lo que está sucediendo es un golpe de Estado. Se trata de un abuso de fuerza. La definición de golpe de Estado es cuando un poder ejecutivo no respeta el sufragio universal. Eso es lo que está pasando.

Silvia Cattori: Todo eso ha sido posible porque la ciudadanía ha abandonado sus responsabilidades y se ha puesto ingenuamente en manos de sus representantes sin imaginarse que estos podían abusar de sus poderes y sin controlar la acción de estos [representantes].

Etienne Chouard: Sí. La mentira está en todas partes y la gente honesta no se atreve a creerlo. Se hable de un minitratado simplificado que no es ni «mini» ni «simplificado». Ahora hay que leerse 30 000 páginas para saber lo que dice el Tratado de Lisboa. Es extremadamente complicado. Contiene todo tipo de referencias que remiten a otros documentos y todo lo que estaba en el tratado de 2005 aparece de nuevo en este. Hasta lo que decían que iban a quitar.

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Lo que dijo el propio Giscard [1] sobre este Tratado de Lisboa debería llevar a los 16 millones de electores que votaron por él «No» a lanzarse a las calles ya que es el mismo tratado presentado anteriormente, totalmente ilegible, y se ha hecho tan complicado, según dice Giscard, para que sea imposible hacer un referéndum. Giscard dice también que todo lo que absolutamente querían los Convencionales en 2004 aparece de nuevo en el Tratado de Lisboa, sólo que está en otro orden. Mi conclusión es la siguiente: todo esto está ocurriendo porque los que escriben las reglas las están escribiendo para sí mismos y porque están haciendo trampa.

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Los Estados, en el marco de las negociaciones secretas del AGCS, están quitándose entre sí la posibilidad de prohibir (cosas a las empresas): yo dejo de prohibir esto, pero tú renuncias a prohibir esto otro… La ciudadanía se verá desnuda, indefensa ¡y nadie habla de eso! Todos los servicios públicos se ven amenazados por esos mecanismos. Y eso es irreversible: las multas que los Estados aceptan pagar en caso de retirada son tan prohibitivas que resultan impagables. Los acuerdos del AGCS se negocian, por tanto, en secreto y por una sola persona: el comisario europeo para el comercio exterior… Una sola persona, en nombre de 480 millones de personas, negocia en secreto acuerdos decisivos que afectan a todo el mundo de forma irreversible. Es realmente escandaloso y muy grave.

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Silvia Cattori: Al ver a los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea firmar el Tratado de Lisboa, ¿qué sintió usted?

Etienne Chouard: La impresión de estar siendo violentado, claro está, y por los mismos que dicen estar defendiéndome… la impresión de estar metido en una trampa controlada por mentirosos profesionales y por una pandilla de ladrones. Lo que me entristece es que la gente no esté en lo absoluto informada y no se sienta implicada.

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Silvia Cattori: ¿De qué herramientas disponen los partidarios del No para vencer estos obstáculos?

Etienne Chouard: Hay una que puede resultar bastante fuerte: un recurso individual ante la Corte Europea de Derechos Humanos (CEDH), que no forma parte de la Unión Europea pero cuya Convención ha sido firmada por esta última, lo cual la obliga a respetarla. Cualquier persona puede recurrir a la Corte contra un Estado. Se trata de una Corte que protege individualmente a las personas aisladas. Sus argumentación es fuerte (vea el sitio web 29mai.eu)

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al nivel constituyente es una CIG (Conferencia Intergubernamental, no electa) la que escribe y corrige los tratados, o sea la Constitución Europea (que ahora esconde su nombre hipócritamente). Los parlamentarios (que son los únicos electos) no pueden hacer otra cosa que ratificar o no, en bloque, los tratados que escriben los no electos.

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Por consiguiente, a nivel constituyente no son los representes electos los que tienen el poder. Seguidamente, las leyes europeas ordinarias las escribe la Comisión (no electa) que tiene la exclusividad y la iniciativa legislativa, y esas leyes se discuten después y se votan en el Consejo de Ministros (no electo) en «codecisión» con el Parlamento Europeo (única instancia cuyos miembros se someten a elecciones). Sin embargo –escuche bien esto, que es esencial–, no hay codecisión en todos los temas. Existe una cantidad de temas sobre los cuales las instancias no electas (la Comisión y el Consejo) deciden solas sobre la ley europea.

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Pero eso no es todo. Desde 1992, con el artículo 104 del Tratado de Maastricht, esa prohibición de que los Estados puedan crear moneda se elevó al más alto nivel del derecho, internacional y constitucional. O sea que se hizo irreversible, y se puso fuera del alcance de la ciudadanía. Eso no se dijo claramente. Se dijo que en lo adelante estaba prohibido recurrir a préstamos del Banco Central, lo cual ni es honesto ni está claro y no permite que la gente entienda.

Si el artículo 104 dijera que «Los Estados ya no pueden crear moneda. Ahora tienen que pedir préstamos a las instituciones privadas pagando a estas intereses que los llevan a la ruina y que encarecen tremendamente las inversiones públicas, pero que han felices a los ricos que viven de sus rentas, a los propietarios de los fondos de préstamos», habríamos tenido una revolución.

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Silvia Cattori: Para la ciudadanía resulta difícil imaginar que sus dirigentes electos estén todos tan implicados. Finalmente, son algunos ciudadanos aislados, como usted, que se esfuerzan de forma desinteresada, los que retoman el debate que los dirigentes electos han abandonado.

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Para leer el articulo completo:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=63405

Video: (en frances).

http://www.dailymotion.com/video/x6qay0_maastricht-article-104_news

26
Dic
09

Geopolítica tras la falsa guerra de Estados Unidos en Afganistán.

Los engañosos debates oficiales sobre la cantidad de soldados que se necesita para «ganar» la guerra en Afganistán, si basta con 30 000 hombres más o si se requieran por lo menos 200 000, no son más que la cortina de humo que está sirviendo para esconder el verdadero objetivo de la presencia militar de Estados Unidos en ese estratégico país de Asia central.

Durante su campaña presidencial del año 2008, el candidato Obama afirmó incluso que es en Afganistán, no en Irak, donde Estados Unidos está obligado a hacer la guerra. ¿Por qué? Porque, según Obama, es en Afganistán donde se ha atrincherado Al Qaeda, que constituye a su vez la «verdadera» amenaza para la seguridad nacional.

Las razones de la implicación estadounidense en Afganistán son en realidad muy diferentes.
El ejército estadounidense ocupa Afganistán por 2 razones: principalmente para restablecer y controlar la principal fuente mundial de opio de los mercados internacionales de heroína y utilizar la droga como arma contra sus adversarios en el terreno de la geopolítica, especialmente contra Rusia. El control del mercado de la droga afgana es capital para garantizar la liquidez de la mafia financiera en bancarrota de Wall Street.

Geopolítica del opio afgano

Según un informe oficial de la ONU, la producción de opio afgano aumentó de forma espectacular después del derrocamiento del régimen talibán, en 2001. Los datos del Buró de Drogas y Crímenes de las Naciones Unidas demuestran que en cada una de las cuatro últimas estaciones de crecimiento (desde 2004 y hasta 2007) hubo más cultivos de adormidera que en todo un año bajo el régimen talibán. En este momento hay en Afganistán más tierra dedicada a la producción de opio que al cultivo de la coca en toda América Latina. En 2007, el 93% de los opiáceos del mercado mundial venían de Afganistán.

No son simples coincidencias. Se ha demostrado que Washington seleccionó cuidadosamente al muy controvertido Hamid Karzai, señor de la guerra de origen pashtún con una larga hoja de servicios en la CIA, especialmente traído de su exilio en Estados Unidos, a quien se le fabricó todo una leyenda hollywodense sobre su «valiente autoridad sobre su pueblo». Según fuentes afganas, Hamid Karzai es actualmente el «Padrino» del opio afgano. No por casualidad Karzai ha sido, y sigue siendo hoy en día, el preferido de Washington en Kabul. A pesar de ello, y también a pesar de la masiva compra de votos, del fraude y de la intimidación, los días de Karzai como presidente pudieran estar contados.

En momentos en que el mundo casi ni se acuerda ya del misterioso Osama Ben Laden ni de Al Qaeda –su supuesta organización terrorista–, o se pregunta incluso si tan siquiera existen, la segunda razón de la larga presencia de las fuerzas armadas de Estados Unidos en Afganistán parece más bien un pretexto para crear una fuerza militar de choque estadounidense permanente con una serie de bases aéreas permanentes en Afganistán.
El objetivo de dichas bases no es acabar con los grupos de Al Qaeda que puedan quedar aún en las cuevas de Tora Bora ni acabar con un mítico «talibán» que, según informes de testigos oculares, se compone actualmente en su mayoría de pobladores afganos comunes y corrientes que nuevamente luchan por expulsar de su tierra una fuerza ocupante, como hicieron en los años 1980 frente a los soviéticos.

Para Estados Unidos, la razón de ser sus bases afganas es mantener en la mirilla y tener la posibilidad de golpear a las dos naciones que, juntas, constituyen hoy en día la única amenaza seria para el poderío supremo de Washington o, como lo llama el Pentágono, America’s Full Spectrum Dominance (el predominio estadounidense en todos los aspectos).

La pérdida del «Mandato Celestial»

El problema de las élites* que detentan el poder en Wall Street y en Washington reside en el hecho que se encuentran hoy empantanados en la más profunda crisis financiera de toda su historia. Esa crisis es un hecho irrefutable para el mundo entero y el mundo está actuando en aras de salvarse a sí mismo. Las élites estadounidenses han perdido así lo que en la historia de la China imperial se conoce como el Mandato Celestial.
Se trata del mandato que se concedido a un soberano o a una élite reinante a condición de que dirija a su pueblo con justicia y equidad. Cuando el que gobierna lo hace de forma tiránica y como un déspota, oprimiendo al pueblo y abusando de él, se expone con ello a la pérdida del Mandato Celestial.

Si las poderosas élites de las firmas y las empresas privadas que han controlado las políticas fundamentales, financiera y exterior, durante la mayoría del tiempo, por lo menos durante el siglo pasado, tuvieron alguna vez en sus manos el mandato celestial, hoy resulta evidente que lo han perdido.

La evolución interna hacia la creación de un Estado policiaco injusto, con ciudadanos que se ven privados de sus derechos constitucionales, el ejercicio arbitrario del poder por personas que nunca obtuvieron un mandato electoral –como el ex secretario estadounidense del Tesoro Henry Paulson y el actual ocupante de ese mismo cargo Tim Geithner– y que roban miles de millones de dólares del contribuyente, sin consentimiento de éste, para sacar de la bancarrota a los principales bancos de Wall Street, bancos que se creían «demasiado grandes para hundirse», son hechos que demuestran al mundo que esas élites han perdido el «Mandato Celestial».

Ante tal situación, las élites que ejercen el poder se desesperan cada vez más por mantener su control sobre un imperio mundial de carácter parasitario que su máquina mediática falsamente llama «globalización». Y para lograr mantener su dominación resulta vital que Estados Unidos logre destruir toda forma naciente de cooperación, en el plano económico, energético o militar, entre las dos grandes potencias de Eurasia que, en teoría, pudieran representar una amenaza para el futuro control de la única superpotencia. Esas dos potencias son China y Rusia, cuya asociación Washington trata de evitar a toda costa.

Ambas potencias euroasiáticas completan el panorama con elementos esenciales. China es la economía más fuerte del mundo, con mano de obra joven y dinámica y una clase media educada. Rusia, cuya economía no se ha recuperado aún del destructivo final de la era soviética y del descarado saqueo que caracterizó la era de Yeltsin, sigue presentando sin embargo cartas esenciales para una asociación. La fuerza nuclear de Rusia y sus fuerzas armadas, aún siendo en gran parte remanentes de la guerra fría, representan en el mundo actual la única amenaza de consideración para la dominación militar estadounidense.

Las élites del ejército ruso en ningún momento han renunciado a ese potencial.
Rusia posee también el mayor tesoro del mundo en gas natural así como inmensas reservas petrolíferas, indispensables para China. Estas dos potencias convergen cada vez más a través de una nueva organización que crearon en 2001, conocida como la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Además de China y Rusia, los países más extensos del Asia central –Kazajstán, Kirguiztán, Tayikistán y Uzbekistán– también forman parte de la OCS.

El objetivo que alega Washington para justificar la guerra de Estados Unidos, a la vez contra los talibanes y Al Qaeda, consiste en realidad en instalar su fuerza militar directamente en Asia central, en medio del espacio geográfico de la naciente OCS. Irán no es más que un pretexto. El blanco principal son Rusia y China.

Por supuesto, Washington afirma oficialmente que estableció su presencia militar en Afganistán desde el año 2002 para proteger la «frágil» democracia afgana. Sorprendente argumento cuando se analiza la realidad de la presencia militar estadounidense en ese país.
En diciembre de 2004, durante una visita a Kabul, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld dio los toques finales a sus proyectos de construcción de 9 nuevas bases militares estadounidenses en Afganistán, en las provincias de Helmand, Herat, Nimruz, Balh, Khost y Paktia.

Esas 9 bases estadounidenses de nueva creación se agregan a las 3 bases militares principales ya instaladas inmediatamente después de la ocupación de Afganistán, durante el invierno de 2002, supuestamente con el fin de aislar y eliminar la amenaza terrorista de Osama Ben Laden.
Estados Unidos construyó sus 3 primeras bases militares en los aeródromos de Bagram, al norte de Kabul, su principal centro logístico militar; de Kandahar, en el sur de Afganistán; y de Shindand, en la occidental provincia de Herat. Shindand, la mayor base militar estadounidense en Afganistán, se encuentra a sólo 100 kilómetros de la frontera iraní, y a distancia de ataque si se trata de Rusia y China.

Afganistán ha estado históricamente en el centro de la gran pugna anglo-rusa, la lucha por el control del Asia central en el siglo 19 y a principios del siglo 20. La estrategia británica consistió entonces en impedir a toda costa que Rusia controlara Afganistán, lo cual hubiese representado una amenaza para la perla de la corona británica: la India.

Los estrategas del Pentágono también ven en Afganistán una posición altamente estratégica. Ese país constituye un trampolín que permitiría al poderío militar estadounidense amenazar directamente a Rusia y China, así como a Irán y a los demás países ricos productores de petróleo del Medio Oriente. En más de un siglo de guerras, las cosas no han cambiado mucho.

La situación geográfica de Afganistán como punto de confluencia entre el sur de Asia, Asia central y el Medio Oriente, es de vital importancia. Afganistán se encuentra además precisamente en el itinerario previsto para la construcción del oleoducto que debe llevar el petróleo de las zonas petrolíferas del mar Caspio hasta el océano Índico, donde la petrolera Unocal, así como Enron y la Halliburton de Cheney, estuvieron negociando los derechos exclusivos del gasoducto para conducir el gas natural de Turkmenistán a través de Afganistán y Pakistán hacia la enorme central eléctrica de gas natural de la Enron en Dabhol, cerca de Mumbai (Bombay). Ante de convertirse en presidente afgano títere de Estados Unidos, Karzai había sido cabildero de Unocal.

Al Qaeda no existe como amenaza

La verdad sobre todo este engaño alrededor del verdadero objetivo en Afganistán aparece claramente cuando se analiza más atentamente la supuesta amenaza de «Al Qaeda» en ese país. Según el autor Erik Margolis, antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la inteligencia estadounidense proporcionaba asistencia y apoyo tanto a los talibanes como al propio Al Qaeda. Margolis señala que «la CIA proyectaba utilizar [la organización] Al Qaeda de Osama Ben Laden para incitar a los uigures musulmanes a rebelarse contra la dominación china y a los talibanes contra los aliados de Rusia en Asia central.»

Es evidente que Estados Unidos encontró otras vías para manipular a los uigures musulmanes contra Pekín en julio pasado, a través del apoyo estadounidense al Congreso Mundial Uigur. Pero la «amenaza» de Al Qaeda sigue siendo el principal argumento de Obama para justificar la intensificación de la guerra en Afganistán.

Sin embargo, el consejero de seguridad nacional de presidente Obama y ex general de Marines James Jones hizo una declaración, oportunamente enterrada por los amables medios de prensa estadounidenses, sobre la evaluación del peligro que actualmente representa Al Qaeda en Afganistán. Jones declaró al Congreso: «La presencia de Al Qaeda es muy reducida. La evaluación máxima es inferior a 100 ejecutores en el país, ninguna base, ninguna capacidad de lanzar ataques contra nosotros o nuestros aliados.»

Lo cual significa que Al Qaeda no existe en Afganistán. ¡Diablos! Incluso en el vecino Pakistán, lo que queda de Al Qaeda es ya prácticamente imperceptible. El Wall Street Journal señala: «Perseguidos por los aviones sin piloto estadounidenses, con problemas de dinero y con más dificultades para atraer a los jóvenes árabes a las oscuras montañas de Pakistán, Al Qaeda ve reducirse su papel allí y en Afganistán, según los informes de la Inteligencia y de los responsables pakistaníes y estadounidenses. Para los jóvenes árabes que son los principales reclutas de Al Qaeda “no resulta romántico pasar frío y hambre y tener que esconderse”, declaró un alto responsable estadounidense en el sur de Asia.»

Si entendemos bien las consecuencias lógicas de esa declaración no queda más remedio que llegar a la conclusión de que la razón por la cual los jóvenes alemanes y de otros países de la OTAN están muriendo en las montañas afganas no tienen nada que ver con «ganar la guerra contra el terrorismo». Muy oportunamente la mayoría de los medios de prensa prefieren olvidar el hecho que Al Qaeda, en la medida en que esa organización existió alguna vez, fue creada por la CIA en los años 1980.

Se dedicaba entonces a reclutar musulmanes radicales provenientes de todo el mundo islámico y a entrenarlos para la guerra contra las tropas rusas en Afganistán en el marco de una estrategia elaborada por Bill Casey, jefe de la CIA bajo la administración Reagan, entre otras, con el objetivo de crear un «nuevo Vietnam» para la Unión Soviética, lo cual debía conducir a la humillante derrota del Ejército Rojo y el derrumbe final de la Unión Soviética.

James Jones, jefe del National Security Council, reconoce ahora que no hay prácticamente nadie de Al Qaeda en Afganistán. Quizás sea un buen momento para que nuestros dirigentes políticos proporcionen una explicación más honesta sobre la verdadera razón del envío de más jóvenes a Afganistán, a morir protegiendo las cosechas de opio.

F. William Engdahl

Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión francesa de Petrus Lombard.

Fuente.

Ver tambien: Mafias y narcopolítica

Un avión usado por la CIA para el traslado clandestino de presos se utilizó para transportar cuatro toneladas de cocaína
La CIA y el narcotráfico




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